Cenizas Eternas

Porque el pasado se sobrevive, pero del futuro qué, ¿qué haces sin futuro? Igual eso pensó mi hermano y quizá por eso mismo es que se aventó. ¿Cuál futuro? Está muy cabrón eso de vivir para el futuro porque ya te sientes inútil en el presente y miserable en el pasado …

Brenda Navarro, Ceniza en la boca, 2022, pág. 168.

Cuando terminé de leerla, no sabría decir si está bien escrita, es lo que menos me importó, porque su lectura tuvo la fuerza de zarandearme sin clemencia ante ese alarido que ratifica que “sí se puede gritar en silencio”.

El territorio de la infancia, marcado por la ausencia primordial de la madre, la crudeza de la emigración que se paga con el desarraigo, lo que se pierde, quedan difuminados frente a la promesa de lo que se conquistará; siempre es algo por venir, que se mascará entre la soledad y la extrañeza de lo nuevo, en lo que, irremediablemente, se tiene que aferrar la protagonista como apuesta vital. ¿Con qué herramientas, éstas sirven para todos? ¿En qué ideales ampararse si la realidad le escupe la diferencia, que es lo más singular que trae en la mochila?

Con el marco de la reivindicación social y la amistad se materializa un lazo posible, forman una nueva “familia” que se hace y elige en la contingencia de los encuentros. La lucha que denuncia la desigualdad, el maltrato y la injusticia hacen, de la posible víctima, un ser responsable con sus decisiones.

El dolor de la pérdida se alza como un inconmensurable abismo que no puede generar ningún tipo de respuesta que atempere el dolor, solo que la protagonista se queda con la única certeza posible: no puede cambiar ese guión.

Una apuesta valiente para cuestionar la maternidad, denunciar el amor que produce estragos y la muerte como una solución no encuentran otro destinatario que la desesperación.