Aquí tenemos un sujeto que, sea hombre o mujer, tiende a aplastar el deseo, a no dar lugar a la sorpresa, a la novedad, a lo imprevisto que esté fuera de su control. Para que no surja algo de este orden, adopta una actitud de desalentar el entusiasmo y las expectativas de los demás y de la suya propia.
Puede utilizar argumentos del tipo: «me da igual, me da lo mismo, hacemos lo que tú quieras…». Nunca muestra verdaderamente su deseo, tiende a hacer imposible el deseo, a mortificarlo. Lo mas complejo es saber ¿Qué desea, qué quiere?
Detrás de esta estrategia de vida puede haber algo agresivo y, a la vez, manifestar una conducta amable, políticamente correcta, de buenas maneras, controlada, diplomática. Pero, ahí hay un impulso, una tendencia constante a la compulsión del sujeto a fastidiarse, a hacerse malasangre, a mortificarse, a arruinarse el momento al no satisfacer de inmediato su necesidad.
Esto puede no tener un carácter dramático o melancólico, aunque hay mortificación cuando de repente se empiezan a establecer condiciones o hábitos de vida que imposibilitan la emergencia del deseo y del entusiasmo. En este caso, habría que preguntarse ¿por qué alguien habría que defenderse de eso? Sería una cuestión para ver y tratar en un análisis.
